Como muchos sabemos, entre el 29 de abril
y el 12 de mayo se llevó a cabo la Feria Internacional del Libro de
Bogotá. Con la entrada que me obsequió la Biblioteca me dispuse a
visitarla y a conocer nuevos libros, ediciones, autores, con la
pretensión de comprar algún libro que verdaderamente me interesara. Con
esta sed de conocimiento entré en el estómago de esa fiera llamada
Corferias.
No fue mayor mi sorpresa cuando al llegar
me encontré con una fila enorme; Aunque el pase que tenía me ahorraba
tiempo, no pude evitar la tristeza al ver tantas personas que aunque ya
habían hecho una fila colosal para comprar su boleta, tenían que hacer
otra para entrar, esto conformaba una gran serpiente humana que
zigzagueaba. Rodeada de vendedores ambulantes que buscaban su sustento,
peatones curiosos y personal de logística que trabajaba infructuosamente
para mantener el orden de acceso al recinto.
No visité el pabellón del homenajeado
Perú, ya que la fila para ingresar era otra corriente humana tan larga
que no apetecía entrar y más aún si debía estar bajo ese sol que no
respetaba cuanta nube se le atravesaba. El pabellón de caricatura y
comic como siempre estaba intransitable. Por eso decidí apresurar mi
recorrido por los demás pabellones y así poder encaminarme hacia el
verdadero motivo de mi visita.
Miré hacia arriba y vi con gran emoción
un aviso gigante de letras amarillas que decía “Pabellón de literatura
infantil y juvenil”. Una vez adentro y con ánimo renovado, me sentí como
cualquiera de esos pequeños grandes lectores que allí se encontraban;
incluso no sabía por dónde empezar. Cuando lo logré inicié mi recorrido y
me dejé llevar por ese mundo fantástico. Navegando entre editoriales,
personajes mágicos, monstruos, héroes, hadas y libros de diferentes
formas, tamaños, colores, texturas e incluso sabores, le di rienda
suelta a una de mis grandes pasiones, la literatura infantil.
El pabellón infantil y juvenil. Un
espacio pensado para este tipo de literatura cuyas expectativas van más
allá de las ventas. Es un lugar mágico, interactivo, impregnado de
creatividad y lleno de actividades diseñadas con el fin de acercar a la
literatura no sólo a los niños sino a todos sus visitantes y que
permiten sumergirse en esas sensaciones, experiencias, juegos e
ilustraciones que pueden suscitar los libros.
Leí mucho y disfruté en cantidad. Aunque
compré poco, la verdad porque no es de extrañar que los costos de los
libros son cada vez más exorbitante. Sin embargo, es bien sabido que el
libro infantil demanda un alto costo por sus vistosas ilustraciones, su
material especializado, entre otros e incluso debido a que su público es
el más exigente.
Imagen tomada de: http://bit.ly/1ob3iOO
Por Carlos Maldonado
Miembro Colectivo Alza La Voz
carlosmare@unisabana.edu.co